Con una vida despojada de placeres y con lo único que valía la pena en el eterno descanso, Walt Kowalski va tomando conciencia de que al no poder compartir sus últimos días con su esposa, sólo le queda su perra Daisy.
En medio de la historia costumbrista sobre los malos humores y pésimos encuentros de Walt con sus familiares consanguíneos, transcurren las líneas de la discrepancia.
Estados Unidos –donde se desarrolla la narración- es actualmente una ‘multinación’, como muchos otros tantos países del primer mundo. Los guetos son una realidad, la discriminación un hecho. En medio de esos prejuicios una anécdota de vida -quizás con varios lugares comunes- se desarrolla para mostrar que más allá de los odios puede haber espacio a la confesión y la amistad.
Pese a todo, a las duras calificaciones que caen sobre la película y sus protagonistas, es bueno recordar que Eastwood no ha tenido tapujos en mostrar dos miradas de una misma guerra (“Cartas desde Iwo Jima” -Letters from Iwo Jima- y “La Conquista del Honor” -Flags of our Fathers-), evidenciar las miserias humanas (“Río Místico” -Mystic River-) o actualizar el drama de una mujer anónima a principios del siglo XX que desnudó la hipocresía de una sociedad (“El Sustituto” –Chalenging-).
Por ello vale un merecido reconocimiento –y la entrega de tiempo para adentrarse en el film- no más sea para discrepar o para conocer el gran estilo con el que eligió –si es que cumple- despedirse de la mirada del espectador.