En sus palabras, llenas de dulzura, encerró un mensaje que quizás ni ella misma haya tenido en cuenta.
Su pasión -y su tarea- es la docencia. Una profesión que aparece hoy en día desvalorizada, sometida a juicios de toda índole, y de la cual recibimos noticias –generalmente- en ocasión de conflictos vinculados a justificados reclamos salariales.
Sin embargo en las aulas, donde se encuentran las verdaderas realidades de la educación uruguaya, pasan cosas. Otras cosas. Allí hay noticias. Hoy ella, sin saberlo, nos contó una que es maravillosa.
A pocos meses de recibirse como profesora tiene a su cargo un grupo de adolescentes. Liceales. Hace cinco meses esos muchachos “no sabían dar un ejemplo de verbo” y hoy, no solo pueden hacerlo, sino que trabajan en una dinámica con sus compañeros y su docente que llamó la atención de una profesora de didáctica que concurrió a esa clase a tomar nota a la futura colega. Esos “gurises” atienden, preguntan, responden, se integran.
La repercusión de esa clase fue maravillosa para la estudiante de profesorado, que obtuvo una calificación excelente por su desempeño. Pero la anécdota va mucho más allá de las devoluciones que le hizo su supervisora. La frutilla de esa torta no fue la nota, fue el logro educativo y personal que alcanzó junto a sus alumnos.
Su vivencia, abre paso a la ilusión. Se enciende una esperanza no solo en el sistema educativo, sino en los jóvenes. Tan cuestionados y juzgados en un Uruguay rodeado de longevos.
Su vivencia, humedeció los ojos de su familia, amigos e incluso los de una de sus alumnas. Ese vínculo de compromiso integral con la educación es un ejemplo que abre una puerta a la esperanza por un sistema educativo público de calidad, que pueda ser un horizonte alcanzable y no un sueño imposible.