La recepción estaba vacía. La película había empezado. Era tarde. Como suele pasarme, llegaba tarde o justo al comienzo con las primeras escenas ya en proyección. La boletera expidió el ticket y el portero cortó la entrada. No hubo guía para ingresar a sala, solo procuré hacerme de mi sexto sentido e intuir donde debía ir. No había muchas opciones, era hacia adelante, pero todo estaba en negro. Primero el sonido dio algunas señales y luego las imágenes dejaron algo más claro el oscuro camino. Mis ojos no estaban aún acostumbrados y todo, salvo la película, carecía de luz.
En el túnel del tiempo los celulares no existen -o al menos no funcionan- por eso el mío no iluminó nada. El intento fue inútil. Solo restaba esperar, tratar de no perderme nada, ni de la película ni del entorno. Finalmente una lámpara guió a otro cinéfilo que llegó aún más tarde y hubo un recoveco iluminado donde encontrar asiento.
Allí hubo al fin seguridad primero, y luego el comienzo del disfrute en el viaje por el tiempo con Marylin Monroe, Tony Curtis, Jack Lemmon y Some Like It Hot (Una Eva y dos Adanes), de Billy Wilder. No solo la película y sus colores grises y blancuzcos marcan una época sino los estereotipos de la belleza y la seducción.
Esa increíble mujer, ícono sexual del siglo XX es lejos, muy lejos, la imposición de lo que es una mujer hermosa y sexy en el siglo XXI. Sus curvas caderas, sus rellenos brazos y vientre son una gran evidencia.
En este túnel del tiempo también hay otras referencias que no son tan atemporales como la chica sexy e ingenua -poco inteligente- que se hunde en el camino que sabe que la conducirá justo adonde no debe ir: el sueño de una vida prometedora junto al anhelado amor, pero rodeada de engaño. Allí, mentiras y seducción hacen la trama, planteada con toques de humor, que esconden los tragicómicos tintes de una película tan vigente como atemporal.
“Una Eva y dos adanes” habla de gustos diferentes y de preconceptos difíciles de entender en 1959 cuando se estrenó la película, como la homosexualidad, el travestismo o la vida bohemia. Pese a ello todo se muestra con fluidez hasta que llega inesperadamente un broche de oro... excepcional... risas primero... ruidos de bolsas y aplausos luego, y finalmente la sensación de estar viviendo en otro tiempo, que se mezcla con la realidad. Las risas del público parecen gravadas y no se sabe distinguir la verdad.
¿Qué verdad? Que en la sala se encienden las luces desde lo alto y que el cartel de “The End” en el fondo de pantalla delata que llegó el final del viaje.
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