Tengo 28 años, y cuando Los Olimareños regresaron a Uruguay en el emblemático mayo de 1984, yo ni siquiera había alcanzado mi primer lustro de vida. Nunca los vi tocar ni siquiera separados pero el día que anunciaron su reencuentro sentí una emoción y una ansiedad especial, me agolpé como otros miles para conseguir una entrada y ser parte del memorable recital.
Pasaron cinco meses desde que adquirí mis entradas. El viernes 8 de mayo finalmente llegó el momento. Había todo lo que debe existir en un espectáculo gente expectante, vendedores ambulantes, un inmenso escenario, luces, pantalla gigante, todo… la expectativa estaba en el aire, eso era evidente, tanto como la luna llena que daba un marco especial a la velada.
A poco de las 21:40 y ante una tribuna Olímpica colmada, desde un espacio del Estadio Centenario unas luces se encendieron y se pudo ver recorrer una camioneta que transportaba a los artistas, mientras en el escenario Serrano Abella recitabas versos de Rubén Lena. Después el estallito total, la gente aplaudió animada y ovacionó encantada por la imagen de dos artistas reunidos nuevamente después de 20 años.
El desfile de canciones y melodías fue pasando, y el repertorio iba dibujando la trayectoria de José “Pepe” Guerra y Braulio López; junto a ellos estuvieron en el escenario sus hijos y otros músicos como invitados especiales. Llegó la música y el canto, pero me faltaba la pasión. Creo que viví un instante diferente al de otros miles que vivenciaron los silencios y la pasividad de la tribuna como respeto y admiración. Esa ausencia de los músicos con su público para mi fue crucial. Me dejó un amargo sabor en la boca. El sentimiento de haber sido estafada. Sentí ganas de gritarles que les faltaron huevos.
He asistido a varios encuentros masivos entre artistas y fanáticos, en algunos momentos me ha tocado estar de ambos lados, y siempre, con poco o mucho público corre una ráfaga invisible que hace especial una instancia. Pude pensar en algún momento que quizás fue demasiado duro para los cantautores, y les costó aflojarse, o estaban concentrados, pero no encontré excusas que me hagan entender su frialdad con la gente. No hubo palabras para el público, no hubo encuentro, no había adrenalina. Los silencios de la tribuna los sentí como desazón. Una desazón que remontó de a ratos el público a fuerza de odas y ánimos. Sentí una vibración especial al final cuando cantaron su última canción de la noche, A Don José, que hizo temblar las estructuras de una fría jornada.
Algunos cuentan que el segundo show fue más comunicativo, con licencias para con el público. No solo dejando que las canciones digan. Quizás lograron romper el hielo de tanto tiempo lejano, quizás la tercera, en junio en el Luna Park, sea la vencida. Y en tierra ajena y ante uruguayos anhelantes de su patria rememoren al menos en parte la emotividad que los vio nacer y crecer en el Olimar.
Me parece bárbaro que expreses lo que pensas en el blog. Pero es una patada en los huevos para miles de personas enardecidas con los artistas que hace décadas querían verlos y no pudieron, como yo. Creo que del otro lado del charco van a hacer un mejor espectáculo ya que tuvieron tres noches de ensayo en Uruguay.
ResponderEliminarAhhh si podés anda al Luna y luego comentá si me equivoco.
Muy bueno el blog,saludos.