Aprender algo nuevo es un acto memorable. Es un instante que se prolonga en el tiempo y pone un nuevo mojón en la línea de la historia. En la línea de una historia. Me pasó con “The Devil and Daniel Johnston”, un documental de Jeff Feuerzeig, que está protagonizado por el artista y su familia.
Impulsada por el afán de “saber de qué se trata” ingresé a la sala de cine, y poco a poco (tras una lucha con la confusión por los lenguajes del audiovisual) comencé a disfrutar de una de esas experiencias en las que uno se identifica descubriendo y aprendiendo algo.
El documental tiene una particularidad. De primeras no es interesante, y sin embargo, está cargado de tanta vida que conmociona, por la propia historia de su personaje. Daniel Johnston –un anónimo para mí hasta ese momento- me perturbó. Su sensibilidad y su locura bordean la frontera entre lo bello y lo grotesco. Entre lo sublime y lo mundano. Entre lo que es moda en arte y la verdadera esencia de abrir las emociones a los otros. Esa capacidad de composición le mereció un premio al director, quién en 2005 recibió el galardón a Mejor Documental en el Festival Sundance.
Feuerzeig apeló a mostrar un fiel reflejo de un hombre que no se sabe cómo terminará sus días. Un hombre que pese a eso, gracias a sus musas, su voz cascada y curtida, su mente con complejas conexiones que se patentizan en sus dibujos escalofriantes y mágicos, podrá trascender el paso del tiempo.
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