
En la obra hay una familia, cuya hija menor se enamora de ese asesino. Ese grupo se presenta ante el público con todos los conflictos humanos que puedan imaginarse -alcoholismo, incesto, violaciones, hasta una hermana enamorada de la chica. Tanta sordidez, sin embargo, tampoco me llamó la atención. En referencia a estos asuntos se interpretan incluso escenas cruda y audaces, como una violación en escena.
Pero este tampoco es el detalle. La torpeza, que pasó para mi como una ridiculez, es que (en apariencia) el autor Bernard-Marie Koltès -que escribió la obra en 1988-, o bien era un adelantado, o pensó en otra persona cuando construyó el personaje de esa chica. La actriz de la comedia es de complexión delgada e interpreta a la sufrida joven que sale -como puede- del perverso núcleo de su familia, ¿y dónde cae? en un prostíbulo.
Abruptamente la actriz entra desnuda en escena y se presenta ante la “madama” del cabaret que va tirándole el vestuario. Mientras ella se pone las prendas le confieza que los clientes no la quieren porque es “demasiado gorda”…
Una de dos, o el director de la Comedia, Alfredo Goldstein, nos subestima como espectadores -porque en escena hay una actriz cuya flacura es tal que se le ven las costillas- o el escritor era un visionario y en la Europa de 1960 -en la que está ambientada la obra- ya se consideraba a la bulimia y anorexia como el flagelo que significa hoy.
Con ese pequeño gran detalle, cayó la seriedad de la obra. Pareció que se prefirió proteger la belleza y estética de una actriz (que pese a que se decía gorda, se la veía flaca y esbelta como marcan los patrones actuales), antes que readaptar de alguna manera el texto y que fuese todo, al menos un poco más creíble.
Creíble, como la historia en la que está inspirada esta obra.
Pero este tampoco es el detalle. La torpeza, que pasó para mi como una ridiculez, es que (en apariencia) el autor Bernard-Marie Koltès -que escribió la obra en 1988-, o bien era un adelantado, o pensó en otra persona cuando construyó el personaje de esa chica. La actriz de la comedia es de complexión delgada e interpreta a la sufrida joven que sale -como puede- del perverso núcleo de su familia, ¿y dónde cae? en un prostíbulo.
Abruptamente la actriz entra desnuda en escena y se presenta ante la “madama” del cabaret que va tirándole el vestuario. Mientras ella se pone las prendas le confieza que los clientes no la quieren porque es “demasiado gorda”…
Una de dos, o el director de la Comedia, Alfredo Goldstein, nos subestima como espectadores -porque en escena hay una actriz cuya flacura es tal que se le ven las costillas- o el escritor era un visionario y en la Europa de 1960 -en la que está ambientada la obra- ya se consideraba a la bulimia y anorexia como el flagelo que significa hoy.
Con ese pequeño gran detalle, cayó la seriedad de la obra. Pareció que se prefirió proteger la belleza y estética de una actriz (que pese a que se decía gorda, se la veía flaca y esbelta como marcan los patrones actuales), antes que readaptar de alguna manera el texto y que fuese todo, al menos un poco más creíble.
Creíble, como la historia en la que está inspirada esta obra.
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