Parece que a Frida Kahlo se le dio por pintar después de muerta: y no lo dudo. En el plano de las infinitas posibilidades todo puede ser. Más en una mujer que no escatimó recursos para vivir al filo; como en un pretil a punto de saltar para caer al vacío o para volar.
Hace unos cuantos años atrás, más de diez quizás, descubrí un universo en un espacio. Un millón de colores en una tonalidad, la inmensidad en una flor o en una cinta, la pasión en un cuadro.
Eso es lo que recuerdo al pensar en la primera impresión que tuve al estar frente a frente con una reproducción de Frida Kahlo. La más apasionada mujer del siglo XX. O al menos la más tristemente apasionada que decidí admirar.
Fascinada por su valor a la hora de desgarrar sus dramas más íntimos y ponerlos ante sí, no pude más que estudiar su paso por el arte, y adentrarme en sus vísceras. O al menos intentarlo.
Un poco más cerca en el tiempo, curiosa y deseosa me encontré frente a frente con Frida por Frida en Buenos Aires. Sin pensarlo repaso la claridad de las pinceladas sencillas y firmes con las que se auto-retrató. Su mirada fija, con un dejo de tristeza, una pizca de alegría y un retoque de amargor desnuda a quien la ve. Ilumina el espacio donde se la encuentra y llena de contexto una historia que se hace carne en cada lienzo.
Si es que efectivamente Frida en vida pudo dedicarle tanta pasión con sangre y sudor a su pintura, por qué dudar, al menos en el plano de la imaginación colectiva, que después de muerta no mueve hilos invisibles de otros artistas.
En México se informó recientemente de la existencia de unos 400 cuadros falsos de la artista. Expertos del país azteca aseguraron que las obras reveladas recientemente como “inéditas” no son más que fraudulentas copias.
El director del Museo Frida Kahlo en México, Carlos Phillips Olmedo, y Teresa del Conde, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), sostienen con tesón esta teoría, informó la agencia de noticias EFE.
Eso es lo que recuerdo al pensar en la primera impresión que tuve al estar frente a frente con una reproducción de Frida Kahlo. La más apasionada mujer del siglo XX. O al menos la más tristemente apasionada que decidí admirar.
Fascinada por su valor a la hora de desgarrar sus dramas más íntimos y ponerlos ante sí, no pude más que estudiar su paso por el arte, y adentrarme en sus vísceras. O al menos intentarlo.
Un poco más cerca en el tiempo, curiosa y deseosa me encontré frente a frente con Frida por Frida en Buenos Aires. Sin pensarlo repaso la claridad de las pinceladas sencillas y firmes con las que se auto-retrató. Su mirada fija, con un dejo de tristeza, una pizca de alegría y un retoque de amargor desnuda a quien la ve. Ilumina el espacio donde se la encuentra y llena de contexto una historia que se hace carne en cada lienzo.
Si es que efectivamente Frida en vida pudo dedicarle tanta pasión con sangre y sudor a su pintura, por qué dudar, al menos en el plano de la imaginación colectiva, que después de muerta no mueve hilos invisibles de otros artistas.
En México se informó recientemente de la existencia de unos 400 cuadros falsos de la artista. Expertos del país azteca aseguraron que las obras reveladas recientemente como “inéditas” no son más que fraudulentas copias.
El director del Museo Frida Kahlo en México, Carlos Phillips Olmedo, y Teresa del Conde, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), sostienen con tesón esta teoría, informó la agencia de noticias EFE.
Atónitos con las sorpresivas apariciones de cuadros de la artista los estudiosos organizaron una rueda de prensa. En la instancia Olmedo señaló que existe un "bajomundo” de obras no reconocidas de Frida que tiene un largo historial. Aseguró, siguiendo la primera hipótesis ya esbozada, que “que Frida está produciendo más muerta que viva”.
Por Yelly Barrios
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