Hay que atravesar la escalinata del Banco de la República Oriental
del Uruguay (BROU), flanqueada por imponentes columnas corintias, para
entrar en un espacio marmóreo de cinco mil metros cuadrados y cuarenta
de alto. En este símbolo de poder reforzado por la suntuosa
arquitectura, aún funcionan oficinas administrativas, no se atiende al
público. Hasta hace poco aquí había pilas de dinero, fetiche
fantasmagórico y enigmático. Poderoso Don dinero, forma acabada del
mundo de las mercancías que Marx diseccionó: lejos de revelar el
carácter social de los trabajos privados y, por tanto, las relaciones
sociales entre los trabajadores individuales, lo que hace es
encubrirlas.
Con el título El gran Sur, la primera Bienal de
Montevideo copó cuatro espacios históricos de la Ciudad Vieja con obras
de medio centenar de artistas de todo el mundo, muchos ya pasaron por
las bienales de Venecia, de San Pablo o por la Documenta de Kassel,
algunos por las tres. La sede principal de la Bienal es la ex casa
central del BROU. Completan el recorrido el Anexo del banco, el Edificio
Atarazana, primer arsenal de la ciudad, y la iglesia San Francisco de
Asís, de 1840. Todos los sitios están ubicados en cuatro manzanas
colindantes.
Con curaduría del alemán Alfons Hug, y co-curaduría
de la chilena Paz Guevara y la uruguaya Patricia Bentancur, esta primera
edición ya es todo un éxito. Hug tiene amplia experiencia: fue curador
general de las bienales de San Pablo (en 2002 y 2004) y de la del Fin
del Mundo (Ushuaia, 2009), y cocurador de la Bienal de Curitiba (2011).
En la Bienal de Venecia, estuvo a cargo de los pabellones de Brasil
(2003 y 2005) y América Latina (en 2011 y en esta edición estará al
frente también). Desde 2002 es director del Instituto Goethe de Río de
Janeiro.
El tema de esta bienal en Montevideo es el Sur y su
relación con el resto del mundo. El sur abordado en todas las
dimensiones: desde la geografía hasta los aspectos políticos y sociales.
A veces, como territorio real; otras, como alegoría y proyección
metafórica. Como con toda bienal, Uruguay apunta a posicionarse en el
circuito internacional del arte. Pone a los artistas locales en contacto
con el arte global y vincula al público con las tendencias más actuales
del arte contemporáneo. Viene a decirnos que el Sur también existe.
Apenas
uno entra en el BROU, lo primero que captura es la impresionante
instalación “El gabinete de las máquinas del Capital” del artista
norteamericano Mark Dion, experto en el trabajo con archivos. Con
billetes antiguos, y un desfile inagotable de monedas, balanzas,
anuarios, sellos, cofres, relojes y muebles pertenecientes al acervo del
banco, clasificados de modo preciso, con orden impersonal como regido
por parámetros burocrático-administrativos, creó una obra que condensa
gran parte de la historia del banco.
Casi todos los artistas
viajaron para realizar site-specifics o performances. Con una estética
muy ligada al cómic, al pop y a la imaginería gay, el uruguayo Juan
Burgos hizo un mural que es una especie de infierno socio-religioso del
Sur con guiños barrocos. Yorgos Sapountzis, representante de la nueva
escultura alemana, desató, con telas, aluminio y vidrios, una de sus
formas colgantes, efímeras. Con cientos de diminutas ramitas que trajo
de Pekín, el chino Yang Xinguang desplegó una sutil instalación de un
bosque imposible y frágil. El artista italiano Luca Vitone plantó
hiedras entre las cajas del banco e intervino billetes de distintas
épocas con frases como “Cada uno para sí mismo, la tierra para todos”,
de Louis -Ferdinand Céline.
“En el arte latinoamericano hay una
herencia barroca muy fuerte. El principio barroco que subyace en la
mayoría de las obras expuestas es que la apariencia no es necesariamente
la cosa en sí. Otro de los núcleos barrocos es la confusión de géneros,
un principio travesti, carnavalesco (el barroco en lo popular es el
carnaval). Eso se ve en el pop rioplatense”, dice Hug a Ñ , en
Montevideo.
Con ramas, semillas, telas, coco laminado, piedras y
metales con herrumbre, el artista nicaragüense Rolando Castellón creó
sus “Joyas de pobres” que, expuestas sobre una tela color terciopelo,
ponen blanco sobre negro las desigualdades sociales en su país.
Siguiendo con esa frontera difusa entre ser y parecer, el español Olmo
Blanco desplegó en uno de los mostradores del antiguo banco un dibujo
sobre polvo que a primera vista parece un bajo relieve, mix de motivos
árabes. “No soplar”, alerta un cartel.
Poética y bella es la
instalación del cubano Reyner Leyva Novo con una serie de perfumes
hechos con esencias de plantas extraídas del campo de batalla de tres
combates por la independencia de Cuba a fines del siglo XIX. Con su
videoinstalación “U from Uruguay”, el uruguayo Martín Sastre propone
crear, a través de un fondo de arte contemporáneo, un perfume en base a
esencias de flores cultivadas por el presidente José Mujica en su
chacra. Se sabe: para Mujica, que dona el 90 por ciento de su sueldo
para proyectos sociales, el lujo es vulgaridad. El reconocido artista El
Anatsui, que vive en Nigeria, hizo una de sus inolvidables alfombras
con tapas de aluminio de botellas, un material precario que luce de
lejos como una preciosidad rutilante.
En el anexo del banco, es
posible experimentar la sensación de inmersión total en el mundo del
video y la instalación. Uno entra en un espacio oscuro. Sin darse
cuenta, puede pasarse horas viendo los doce videos de artistas, entre
muchos otros sitios, de Inglaterra, Rusia, Alemania y Francia. Por
momentos, se produce un extraño efecto cinematográfico: las voces e
imágenes de los videos se mezclan formando una obra nueva y potente. Por
nada del mundo hay que dejar de ver “Vendedores de ladrillos de Kabul”,
de Lida Abdul (Afganistán). La cámara nos acerca a una fila de chicos
que venden ladrillos de las ruinas de la guerra. Contadas palabras, el
viento del desierto en nieblas. Sólo la precariedad del trabajo donde
“construcción y destrucción –escribe Paz Guevara– quedan en una eterna y
absurda cadena de producción”. Pocas veces una obra logró conmoverme
con tanta intensidad.
Bertille Bak devela la original protesta de
los habitantes de Din Daeng, en Tailandia, donde el gobierno decidió
deshacerse de sus departamentos para construir un centro comercial. En
“Pushing People”, un video en canal único de Chen Chieh-Jen, uno de los
mejores artistas de Asia, la fuerza continua de un grupo de trabajadores
sobre una pesada estructura de chapa genera inexorablemente un efecto
paradojal. Una imagen en loop que queda grabada en la retina. “La
mayoría de las fábricas de Taiwán, estructuras ilegales, casas
temporarias y módulos habitacionales tienen techos y paredes exteriores
de chapa corrugada verde. Las paredes temporarias usadas para separar la
tierra privada de la pública también están hechas de este material. Al
usar Google Satellite para ver ciudades y pueblos de Taiwán, uno
descubre que estructuras legales e ilegales hechas de este metal verde
salpican la mayoría de los techos. Uno podría decir que la chapa verde
corrugada refleja los deseos enigmáticos de la sociedad taiwanesa
situada entre lo legal e ilegal, privado y público, itinerante y
estable, accesible e inaccesible, supervisado y no supervisado, y
visible e invisible”, escribe el artista.
Por último, “Salón
fumador”, la instalación con vidrio y luz de una lamparita en movimiento
del argentino Eduardo Basualdo, nos muestra la posibilidad del golpe
final: uno siente una y otra vez que ese vidrio cercano va a estallar.
Al verla recuerdo “Los amantes”, la instalación que presentó Karina
Peisajovich en 2012 en Vasari: dos lamparitas de luz blanca colgadas de
cables desde el techo rotaban activadas por un motor. A veces giraban al
mismo tiempo; a veces, una parecía seguir a la otra. En una oportunidad
se hicieron añicos.
Hay que darse una vuelta por la iglesia San
Francisco de Asís, la más antigua de la ciudad, para encontrarse, entre
las ruinas, y el aleteo de alguna paloma que se cuela en la nave central
y vuelve todo más extraño, con la instalación con colorantes
comestibles y pigmentos soñados, de Sonia Falcone. Uno ingresa en otro
tiempo, potenciado por la instalación sonora del italiano Paulo
Vivacqua.
A no perderse en el Edificio Atarazana (en el siglo
XVIII sede del apostadero naval de la marina española en el Río de la
Plata) el cautivante y emotivo relato de ese hombre de río en el video
del colectivo uruguayo Alonso + Craciun. Un plano abierto permite
descubrir ese otro sitio: el sur del sur de los pobres, las desventuras
río abajo, donde sólo impera la ley de los poderosos.
Estamos muy
cerca del río. Es extraño: por momentos me recuerda al mar. Y hasta
huele a olas y a arena. Cuando la noche cae en esta bella ciudad, a
pasos de Plaza Independencia, avanzan los carros del Carnaval. Hay vida
festiva, risas. Acaso hasta la madrugada, entre purpurina y baile, en
singular performance, haya liberación vertiginosa y queden en suspenso
las relaciones jerárquicas. Quién sabe. Hay brillo, sí, y alegría sin
condiciones, con prescindencia del pasado: como si fuera el comienzo de
una nueva vida. Recuerdo las palabras del curador de la Bienal en una
charla distendida: “El arte está donde uno menos lo sospecha”.
Lugar:
Gran Hall de la Casa Central del Banco República del Uruguay, Cerrito
351; Edificio Anexo Banco República del Uruguya, Zabala, 1520; Iglesia
San Francisco de Asís, Solis 1469.
Fecha: Hasta el 30 de marzo.
Horario: Martes, 17 a 20. Miércoles a domingos,14 a 20.
Entrada: Gratis.
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