
En las últimas dos décadas el sector público ha tenido un rol importante en el crecimiento y desarrollo de la cultura. Sin embargo actualmente se gestan (y en algunos casos ya se desarrollan) acciones culturales enriquecidas por la acción colaborativa desde la sociedad civil.
Necesariamente estos nuevos caminos se afianzan lentamente. Sin embargo, para que la cultura y sus manifestaciones no dependan exclusivamente de los fondos públicos debe existir también desde el poder político, acciones que contemplen la sostenibilidad cultural. Las ayudas y subvenciones son fundamentales, no suficientes para garantizarlo.
Es en ese hueco donde cobran (o deberían cobrar) protagonismo las acciones de los gestores culturales. Agentes que operan como mediadores entre los ciudadanos que gozan y disfrutan de las manifestaciones culturales y los creadores y artistas por un lado, y gobernantes y mecenas (o empresarios) por el otro. Entre la ciudadanía, el arte, el poder político y el económico.
En esos terrenos se mueven; y si bien es real que las políticas públicas deben jugar cartas fuertes en las acciones culturales de las naciones, también lo es que la creatividad no puede estar ligada exclusivamente a ello. Por esto la búsqueda de armonía y equilibrio entre sector público y privado es sustancial.
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