Descubrir nuevas formas de expresar lo cotidiano, con arte y belleza, es maravilloso. Muchas veces sirven cómo faroles con los que iluminar el camino. Eso es lo que sentí al ver el cortometraje Foutaises (1989) del director francés Jean-Pierre Jeunet, que no es más que una concatenación de cosas que gustan -y no- a un personaje central caracterizado por el actor Dominique Pinon. No hay más y eso es lo sublime.
Es sencillo, pero me transportó a lugares y momentos de otros tiempos de mi vida. Algunos alejados y otros un poco más cercanos. La televisión que finalizaba su transmisión a la medianoche, los trenes que se cruzan en las vías, el crujir de las hojas al caminar en otoño por la calle, el olor a arroz con leche y canela, el frío, el calor excesivo, las gotas que suben en sentido inverso a la gravedad en el parabrisas de un coche durante un viaje por una carretera lluviosa y a alta velocidad... el verde del prado en una montaña y el amarillo resplandor de una flor.
Me gusta. Me gusta cuando algo me despierta ideas. Cuando me inspira, cuando me enseña. Me gusta el cine, como al personaje central, y me gusta saber que tengo mucho por aprender. No me gusta olvidarme tanto de las cosas, ni dejar pasar momentos importantes por estar pensando en tonterías. Me gusta mi vida, y lo que deseo para ella. Me gusta escribir, aunque no me gusta tanto ser autobiográfica en mis notas. No me gusta la gente que no ve en los demás las mejores cualidades, y me gusta saber que el esfuerzo, tarde o temprano da recompensas. No me gusta que esas recomensas se demoren -a veces injustamente-, y que las cosas no se deslicen para todos los que quiero.
Me gusta ver una película comiendo, y me gusta también dormirme a la mitad de alguna, para poder seguir viéndola otro día. No me gusta aburrirme en un espectáculo, me da tristeza y desasosiego. A veces me enoja. Me gustan los cortometrajes que con sencillas imágenes abren mundos. A veces me inspiran.
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