En una experiencia nueva, donde se siente uno como recién nacido, se pierde un poco el hilo de por dónde empezar a contar tantas maravillas juntas reunidas en un solo instante. Al escribir repaso en la memoria los pequeños y grandes paseos por las inmensas y angostas calles. Un mundo de gente se aglomera en determinadas esquinas y otras, dotadas de mágicos resplandores están prácticamente vacíos. Gente que grita, que conversa, que ríe y se encuentra en todos los idiomas, razas y religiones. También gente que se pierde. Un sinnúmero de detalles van copando la vida en la gran ciudad desde tiempos inmemoriales. Así lo dejan al descubierto las obras de arte en la historia de la humanidad. Qué más especial que una pieza artística para contar y revelar los misterios ocultos o no narrados en los libros de historia sobre nuestros pasados.
En el segundo nivel del Museo Thyssen-Bornemisza, se abre el paso al ayer y al ahora. Desde allí se van aprendiendo detalles de la vida cotidiana y de los grandes eventos de todos los tiempos. La colección del barón ofrece un recorrido por el arte, desde el siglo XIII hasta las postrimerías del siglo XX, donde lo clásico y lo moderno comparten un mismo techo.
Sin embargo, sin más, creo que es imposible disfrutar tantos centenares de piezas de una sola vez. El recorrido lo marca el propio placer por ver, más que el orden específico dado a las piezas. Ver, aprender y entender las obras y lo que en ellas se nos cuenta para siempre, es una sensación única. Se descubre, por ejemplo que entre los años 1460-1465 el artista Paolo Di Giovanni pintó con tez oscura al Papa Gregorio XI en la obra "Santa Catalina ante el Papa Gregorio XI en Aviñón">
En el segundo nivel del Museo Thyssen-Bornemisza, se abre el paso al ayer y al ahora. Desde allí se van aprendiendo detalles de la vida cotidiana y de los grandes eventos de todos los tiempos. La colección del barón ofrece un recorrido por el arte, desde el siglo XIII hasta las postrimerías del siglo XX, donde lo clásico y lo moderno comparten un mismo techo.
Sin embargo, sin más, creo que es imposible disfrutar tantos centenares de piezas de una sola vez. El recorrido lo marca el propio placer por ver, más que el orden específico dado a las piezas. Ver, aprender y entender las obras y lo que en ellas se nos cuenta para siempre, es una sensación única. Se descubre, por ejemplo que entre los años 1460-1465 el artista Paolo Di Giovanni pintó con tez oscura al Papa Gregorio XI en la obra "Santa Catalina ante el Papa Gregorio XI en Aviñón">
El caso de la "Ultima cena", óleo sobre tabla de Maestro de la Virgo inter Virgines, obra de finales del siglo XV, donde se ve a Jesús en una mesa totalmente distinta a la que conocemos de la mano de Leonardo da Vinci (pintada en mural original entre 1495 y 1497). Es esa pieza (cuya reproducción no pude encontrar) en la que Jesús y sus discípulos se confunden entre sí. En la mesa cuadrada, los protagonistas de esta historia están siendo mirados desde lo alto, y se distingue claramente quién es Jesús por su actitud de contemplación hacia un par, no tanto por estar centrado en medio de una ceremonia como personaje estrella. Notoriamente allí él tiene un rol importante, pero no es un “super hombre”, es par con los demás.
Siguiendo en el recorrido aprendí que un hombre, llamado Petru Christus, pintó en 1450 a "La virgen del árbol seco". Una obra preciosa que me impacta por su concepto. Petrus Christus (1410-1475 ó 1476) es un pintor flamenco del cual no se conoce casi nada. Esta representación -según se narra en la página web del Museo Thyssen-Bornemisza, está relacionada con la Cofradía de Nuestra Señora del Árbol Seco, a la que el artista y su mujer pertenecieron. Se supone que algún cofrade pudo haberle encargado la obra para su devoción privada o incluso que fuera del propio Petrus Christus.
“En esta pequeña tabla el artista ha representado simbólicamente el mensaje de la Redención, a través de las figuras de la Virgen y el Niño, como narra el Libro de Ezequiel, haciendo alusión a María como la Nueva Eva y al árbol seco, que se ha interpretado como el Árbol de la Ciencia, marchito tras el pecado original y que volvió a florecer con la concepción de Jesús. El Niño aparece en la composición como Redentor de la humanidad, llevando en la mano el globo coronado con la cruz”.
Unos pasos más adelante, sin haber atravesado la primera sala de la exposición permanente, encontré el cuadro "Cristo resucitado" de Bramantino. Este Cristo es único, diferente a cualquier otro que viera antes, por el sencillo hecho de que su sufrimiento, el que tanto se le adjudica tuvo en vida, se ve. Se siente. Su angustia atraviesa el pecho al contemplarlo. Bramantino, trabajó buena parte de su carrera en Milán, donde estudió mucho a los artistas de su época. La obra, se explica en la web del museo, no representa al Jesús vencedor de la muerte, que aparece triunfante. Aquí es mostrado con los ojos enrojecidos y una expresión de intenso dolor y tristeza. La figura del personaje es pálida, casi fantasmagórica, y contrasta con los tonos más rojizos y vivos que el pintor empleó en el rostro, el cabello y las manos.
La abundancia de la cultura, el arte, la sociedad es que no importa el siglo, se ven reflejados los temas de interés dominante chocando con los vanguardismos. Las peleas por los que no se conforman con lo dado y buscan más; entreverados con los que sacan uñas y dientes para defender lo establecido.
En el mismo espacio donde se albergan y cuidan como tesoros éstas, y muchísimas otras piezas, se expone la muestra del fotógrafo peruano Mario Testino, denominada "Todo o nada". Verle es dar un paseo por la irreverencia y la belleza puestas al más alto nivel. El artista captura con su mirada espacios íntimos de mujeres hermosísimas y conceptualiza modos de ver. En el placer de apreciar tanta hermosura se pierde de vista la belleza estereotipada (y todos los cuestionamientos modernos que hay sobre ella), por el solo hecho de que Testino logra describir mucho de lo que pasa en el mundo creando a partir de un cuerpo noble. Y así se ve como una modelo no es más que un maniquí en movimiento, o que se ha de ser muy audaz para subirse a unos tacones de 10 centímetros y posar desnuda ante una cámara, sin pudores, o que se puede desmitificar la belleza artificial de varios modos o también crearla de otros tantos.
Mirar, dijo quien parece ser un sabio docente, es el arte de recortar con los ojos todo lo que vemos en el espacio que nos rodea y dar atención a algo en un momento determinado. Aún hay mucho por recortar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario