Reinventar El Bosco


 
Si El Jardín de las Delicias (1500-1505) hubiese sido pintada cinco siglos después podría perfectamente ser un trabajo surrealista. Esta obra de El Bosco, expuesto en el Museo del Prado en Madrid, incluye tres escenas. La tabla izquierda está dedicada al Paraíso, con la creación de Eva y la Fuente de la Vida, mientras la derecha muestra el Infierno. La tabla central da nombre al conjunto, al representarse en un jardín las delicias o placeres de la vida. Entre Paraíso e Infierno, estas delicias no son sino alusiones al Pecado, que muestran a la humanidad entregada a los diversos placeres mundanos.

Todas estas maravillosas y deliciosas imágenes se disfrutan actualmente muy de cerca en el cortometraje animado de Juan Ibañez (Sevilla, 1955). Este mes el diario El País de España publicó una entrevista en la que el creador asegura que la edad física no guarda relación con la vitalidad intelectual y emocional. Y esta vitalidad es la que se refleja en su obra en la que reinventa un clásico.


Fragmento de una de las escenas.


Como en el enredado universo de El Bosco, el sevillano invade el espacio virtual con anécdotas fragmentadas del famoso cuadro. Pero la historia no acaba allí. Otra reinterpretación del “delicioso jardín” lo presentó en 2011 la coreógrafa y bailarina Blanca Li. Esta artista, marcada por su perfil de performances urbanas, desarrolló un montaje del paraíso terrenal de El Bosco, donde los bailarines pusieron en escena las obsesiones y locuras de la famosa obra.


Como en el cuadro, tanto en el espacio virtual como el escénico, “son evidentes las representaciones de la lujuria junto a otras de significado más enigmático”. El original, y sus réplicas en distintos espacios, logran encarnar las emociones del artista que ya en el siglo XVI dejó plasmado en tres lienzos una realidad tan actual como el presente: la fugacidad de la belleza. Porque es en El Jardín de las delicias donde a través de la fugaz belleza de las flores se transmite un mensaje de fragilidad cargado del carácter efímero de la felicidad y del goce del placer.

Hambre creativa


Todo aprendizaje lleva su tiempo. Hablar tiene el suyo. Lo mismo caminar, leer, escribir, andar en bicicleta. Resulta que en períodos en los que todo es urgente y lleva implícita la exigencia de un resultado inmediato, eso precisamente, se olvida. Es fácil perder de vista que por más claro que se pueda tener un objetivo, alcanzarlo lleva tiempo.

Hace un par de meses estaba en otro espacio y lugar. Hoy, luego de un largo viaje, mi espíritu que no se movió conmigo en un avión empezó a encajarse en su cuerpo. Fue así que inicié un proceso de redescubrimiento de mi mundo conocido. Miro mi ciudad con otros ojos, la huelo y la intuyo de otra manera. Trato de no dejarme caer en el pozo del tedio y el sinsentido de las cosas dadas. Descubro gente hermosa que palpita y vibra con lo que hace. Muchos de ellos alejados de los espacios masivos de difusión; en los entretelones de Montevideo donde hay mucha vida creativa.

En esta latitud existe una maravillosa cantidad de artistas germinando proyectos, desarrollándolos, perfeccionándose para llevarlos adelante de una manera más sostenible y eficiente. El de ellos, es un espíritu que entusiasma y motiva. Me declaro buscadora de su creatividad. Con hambre de encontrar espacios en los que encontrarlos para aprender. Y eso, como todo, lleva su tiempo.

En escena



La movida en Uruguay en torno al ballet recibió una bomba de oxigeno hace dos años. El Sí que dio Julio Bocca a dirigir la Compañía Nacional de Danza del país fue la razón principal para ese logro, pero no el único.

Después de dos años de trabajo, el director artístico y la compañía siguen atrapando al público. Y si bien, el esfuerzo de algunos se nota más que el de otros sobre el escenario, el resultado conjunto es maravilloso.

El pasado mes de junio, con el lanzamiento de la III Gala del Ballet Nacional del Sodre, todo esto se confirmó otra vez con el espectáculo Tudor-Duato-Intahamoussu. Las tres piezas marcan una transición entre la danza clásica y la moderna con delicadeza. Son tres fragmentos de más de un siglo de historia, disfrutables en poco más de una hora de espectáculo.

La maestría de algunos bailarines sobre el escenario es admirable en la más clásica de las piezas, Tudor, el elegido para abrir la gala. El final, con música del compositor Jorge Drexler y coreografía de Martín Intahamoussu, aportó frescura, color y fusión de ritmos rioplatenses. Pero fue con la obra coreografiada por el ex director de la Compañía Nacional de Danza española, Nacho Duato, cuando la conmoción llegó a escena. 

La delicadeza de los movimientos, mezclados con imágenes sugerentes de los propios bailarines tiñó el espacio de un aura mágica, ofreciendo un espectáculo sencillo, despojado y penetrante.