Los sabores, los olores y las formas son catalizadores de imágenes. Métodos -si es que así vale denominarlos- para acceder al conocimiento. Mirar, oler, tocar, escuchar y degustar son esencias que dan magia a la vida. Ese es el menú de Un toque de canela, una película que despierta los sentidos y produce metamorfosis a partir de la cocina.
He descubierto que el arte culinario trae encerrado en sí un poder catalizador. La película de Tassos Boulmetis también. Politiki kouzina -como se titula el film en su idioma original- es un trozo de existencia al que se le da un mordisco. Probar ese placer es abrir las puertas a un proceso donde los sentidos son los protagonistas. Es iniciar un camino en el que los sabores, los olores y las formas son personajes que conducen el cambio.
La película es mutación. La cocina, la excusa elegida para mostrar lo que hay dentro de las invisibles cápsulas que se cuecen en lo cotidiano. Por ello esta historia, indefectiblemente, provoca transformaciones en quien la mira. La sucesión de imágenes es sugestiva y no hay manera de iniciar el recorrido sin involucrar minuto a minuto a cada uno de los sentidos. Es una experiencia sensitiva en sí.
Procurar describir los efímeros placeres que provocó con palabras resulta un ejercicio difícil. Repasar la experiencia a través de un texto es pretender saborear dos veces del mismo modo algo que fue único. Es prácticamente imposible. Es salir a la caza de una musa que no desea presentarse para reproducir la sublime sensación que significó zambullirme en el film.
Pese a ello, en mi universo sensorial la tarea está hecha. Una cápsula con esencias se abrió y dejó marcado un cambio… Hay un aroma que a diario lo delata, un sabor en mi boca que lo rememora y un deseo flotando intangible en el aire, que lo potencia.