Obsolescencia programada vs laboratorios culturales




Consuma, consuma, consuma. Use y tire. Hace un par de semanas miré en Internet un documental titulado “Comprar, tirar, comprar”. El trabajo, dirigido por Cosima Dannoritzer, es una coproducción entre Televisión Española, Televisió de Catalunya y Arte France que deja en evidencia una de las principales consecuencias de la sociedad actual: la pérdida de valor.

El hilo conductor para dejar en evidencia esta idea es la obsolescencia programada de los objetos. Una investigación de casi tres años demostró sin embargo que la manipulación mediática y de las grandes corporaciones para incidir en la conducta y decisiones de consumo de la mayoría de la ciudadanía no es fenómenos recientes. Para argumentarlo demostraron que ya desde finales del siglo XIX existía este tipo de manipulación tecnológica.

Thomas “Edison puso a la venta su primera bombilla en 1881. Duraba 1.500 horas. En 1911 un anuncio en prensa española destacaba las bondades de una marca de bombillas con una duración certificada de 2.500 horas. Pero, tal y como se revela en el documental, en 1924 un cártel que agrupaba a los principales fabricantes de Europa y Estados Unidos pactó limitar la vida útil de las bombillas eléctricas a 1.000 horas”, según se lee en la sinopsis del documental. Actualmente las horas de vida de una bombilla de luz varían dependiendo si ésta es de bajo consumo o de incandescencia.

Aunque en principio parece, el trabajo audiovisual no dibuja un escenario catastrófico, en el que toda innovación está vinculada a la manipulación de masas. Apela a los movimientos (cada vez mayores) que surgen en distintos puntos del mundo que rechazan ese modelo y generan nuevos con características colaborativas, que refuerzan las ideas de una sociedad del conocimiento.

Esos espacios donde confluyen tecnología, cultura y educación son ejes de fenómenos sociales que emergen como alternativas a la hegemonía de los poderes (políticos, económicos, corporativos). Son células sociales que permiten encauzar las ideas, extrayendo su potencial dinámico y transformador. Las fábricas e industrias culturales, los laboratorios de ideas e incluso el turismo del conocimiento son rasgos de identidad de estas nuevas “tribus” nacidas en la era de la sociedad de la innovación.

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