“Los grandes hombres saben desaparecer a tiempo”


Lo bueno de vagar sin rumbo es que se descubren cosas inesperadas. Suele decirse que lo que no se busca no se encuentra, y en cierto modo es verdad. Hay que buscar lo que se quiere, para poder encontrarlo. Sin embargo, dicha premisa no atiende el factor aleatorio de la vida. Sus sorpresas. Lo inesperado.


Así llegó Jaurès, uno de los últimos trabajos de la banda francesa Zebda, en el que rinden homenaje a este político galo al conmemorarse 150 años de su nacimiento. Las pocas palabras que logré entender del texto introductorio, y la hermosa melodía que le precede, me embarcaron en una búsqueda para conocerlo más. De lo inesperado a lo deseado. Como reconfirmando que el arte –en todas sus manifestaciones- es una importante herramienta para la educación.


Jean Jaurès (1859–1914) “sostuvo un socialismo humanista, en el que se mezclan patriotismo e internacionalismo, individualismo y colectivismo, reforma y revolución. Defendió el valor de la democracia parlamentaria” en la Francia de finales del siglo XIX.


Tras la muerte de Jaurès (asesinado por ultranacionalistas franceses en vísperas del estallido de la Primera Guerra Mundial), León Trostky le rindió tributo. En un texto diáfano, lo describió como un hombre de “complexión poderosa, espíritu enérgico, temperamento genial, trabajador infatigable (y) orador de maravilloso verbo”.


Trostky narró que “Jaurès ocupaba siempre de forma natural el primer plano, a tan gran distancia de sus rivales, que no podía sentir necesidad alguna de conciliar sus posiciones por medio de intrigas o maquinaciones. (…)”. Lo definió como un filósofo “de temperamento tolerante”, que repeló toda forma de sectarismo, y lo calificó como un “genio”.


“Hace tres años que (Jaurès), raro regalo de la naturaleza a la humanidad, murió tras haberse mostrado en toda su plenitud. ¿Acaso la estética de su fisonomía exigía tal fin? Los grandes hombres saben desaparecer a tiempo. Cuando sintió la muerte, Tolstoi tomó un bastón y huyó de la sociedad que despreciaba para morir como peregrino en una oscura aldea. (Paul) Lafargue, un epicúreo con algo de estoico, vivió en una atmósfera de paz y meditación hasta los 70 años, decidió que ya era suficiente y se envenenó. Jaurès, atleta de la idea, cayó en la arena combatiendo el más terrible azote de la humanidad: la guerra. Y pasará a la historia como el precursor, el prototipo del hombre superior que nacerá de los sufrimientos y las caídas, de las esperanzas y la lucha”.

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